domingo, 28 de septiembre de 2025

Un enjambre en mi cabeza

 


Mario estrujaba sus manos como queriendo sacarse la piel. Sus pies golpeaban el suelo, inquietos. Echaba su cuerpo hacia atrás en el respaldo de la silla mientras miraba al doctor con los ojos bien abiertos.

—¿Desde cuándo dices que sientes ese zumbido en la cabeza?

—Hace ya mucho, doctor. No sé… quizás unos cinco años o así.

—¿Has oído alguna vez lo que son los acúfenos?

—Sí, pero… no, no es eso. No oigo pitidos sino zumbidos. No es lo mismo.

El doctor lo escrutaba. Le pareció un personaje extraño, como salido de otra época. No quiso entretenerse con él más de la cuenta porque ese día tenía la consulta cargada de visitas, y lo despachó prescribiéndole un tranquilizante suave.

Mario salió de la consulta contrariado. Uno más en la larga lista de doctores a los que había acudido sin éxito. No sentía que el doctor lo hubiese tomado en serio. “¡Claro! Como él no siente este maldito zumbido…”, se dijo disgustado de camino a su casa.

Llegó antes de lo esperado. Se encontró con Maruja, que lo saludó con un gruñido. Como tenía el ánimo para broncas, acudió a refugiarse en su habitación. Pero a los pocos minutos, su madre entró, como de costumbre, sin llamar y abriendo la puerta de golpe.

—¡Mamá! ¡Te he dicho que no entres sin llamar!

—¿Ah… sí? ¿Por qué? ¿Qué escondes? ¿No tendrás revistas sucias? ¿Dónde has estado?

—He ido al médico…

—¿Para los zumbidos esos que te inventas? Lo haces para fastidiarme, para estar aquí holgazaneando todo el día. ¿Sabes a qué edad empezó a trabajar tu difunto padre?

—Mamá, sí. Me lo has dicho cientos de veces. Por favor… vete. Me están dando ahora muy fuerte en la cabeza.

Pero Maruja no lo escuchaba y saltaba de reproche en reproche con toda la inquina de la que era capaz. Llegó un momento en que Mario dejó de oírla. Sus ladridos se confundían con el zumbido, que cada vez era más potente. Sintió una explosión en su cabeza. El zumbido era ensordecedor, lo arrastraba como un agujero negro. Tuvo que arrojarse al suelo para no caer y perdió la noción del tiempo y del espacio.

Cuando despertó, vio el cuerpo de su madre tirado en el suelo. No se movía y tenía los ojos abiertos, con una mirada espantosa. Estaba hinchada y cubierta de picaduras. Con el corazón en vilo y la mente confusa, creyó oír un ligero zumbido. Miró alrededor y vio una avispa revoloteando en la habitación. Se acercó a la ventana y la abrió para dejarla salir. Volvió hacia su madre y, con un hilo en la voz, se disculpó:

—Mamá… lo siento. Te dije que me estaba zumbando fuerte.

@ana.escritora.terapeuta.

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